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Lo que dice Juan de Pedro… “Educación, sin rebeldía, no es educación…”
Por: José L. Evangelista-Ávila
Cada cierto tiempo, en nuestro estado, caemos en alguna situación derivada de los centros educativos y las imposiciones de sus reglamentos. En más de una ocasión eso deviene por el cabello de estudiantes, sea por su largo, sus colores o sus estilos. Esta reglamentación sobre el cabello, a diferencia del uniforme, parece carecer de una justificación racional, por lo cual se remite, sin más, al autoritarismo y, en algunos casos se alude, con notas de orgullo y superioridad moral, a aspectos sexistas: a los hombres corresponde el cabello corto, a las mujeres, largo (cual si hubiese una cuestión biológica de fondo).
Más allá de la ausencia de criterio, esta falta de capacidad es preocupante en instituciones educativas, pues en situaciones como la enunciada evidencian cómo nuestro sistema educativo (y buena parte de sus autoridades) se preocupa más por la forma de lo que hay fuera de la cabeza, que por cultivar su interior, así, deviene más relevante qué tanto crece y cómo usar el cabello que la formación del pensamiento crítico al que tanto se alude en el discurso oficial.
¿Qué es el pensar crítico? El pensar crítico es hacer un uso de la razón que nos permita cuestionar y conocer los fundamentos del conocimiento y de la acción moral, incluso de cualquier situación, para aceptarlos o generarlos por un correcto pensar y no por la imposición autoritaria. En su momento, Kant señaló que la ilustración es la época donde se dan las condiciones para que las personas alcancemos la mayoría de edad en el pensamiento, esto es, que seamos capaces de valernos de la propia razón para guiar nuestra vida sin represiones de la autoridad. Esto sucedió en 1784 y, desde años antes, se supone estamos en condiciones de ilustración, aunque no ilustrados. En otras palabras, desde entonces hay ciertas condiciones que nos permiten el pensar crítico, pero no por eso pensamos de forma crítica.
Fuera de un relativismo, el guiarnos por el correcto uso de la razón apoyaría el ideal de una sociedad guiada por la ética y capaz de establecer una política apropiada. En esas condiciones es posible que las personas adquieran sus mejores posibilidades, el cultivo de la ciencia y, para el autor referido, que la humanidad sea capaz de formarse y alcanzar lo que se encuentra en potencia en su naturaleza. El pensar crítico es, entonces, hacer un uso de la razón que nos permita cuestionar y conocer los fundamentos del conocimiento y de la acción moral para no aceptarlos por la imposición de una autoritaria.
La educación, entonces, habría de ser capaz de brindar las herramientas para alcanzar el pensamiento crítico, pues estamos en condiciones de ilustración. El pensar crítico, pese a lo que pueda suponerse por ignorancia, no se trata de la mera rebeldía sin motivo (vaya, no es ser “criticones”), sino de obedecer cuando se han cuestionado y considerado justos los mandatos. No obstante, si los mandatos vienen por mera imposición autoritaria, arbitrarios, el pensamiento atravesará del cuestionamiento a una negativa a obedecer y, si hay coherencia entre el pensamiento y la acción, a un posible movimiento que intente cambiar la situación del mandato o de la autoridad que lo impone, pues esa imposición, se ha considerado fuera de la razón. En otras palabras, la negativa a obedecer cuando no haya una razón de fondo o se la considere injusta. Idealmente, la alternativa es el diálogo, pero si la autoridad no conoce sino la imposición, dialogar resulta poco factible.
Curiosamente, en el caso del "corte de cabello" que hoy resuena, en esta ocasión con motivo de los jóvenes en el COBACh 3 de Chihuahua, la historia se repite como una exhibición de la contradicción en nuestro sistema educativo pues, por una parte, alegan que la educación forme un pensamiento crítico y, por la otra, se guía por reglamentos arcaicos, faltos de criterio y autoritarios ante cuyo cuestionamiento, incapaces de brindar motivos que fundamenten su posición, sólo mandan a los jóvenes a obedecer bajo la amenaza de expulsión, ¡buen fomento del pensamiento crítico!, ¡notable ejemplo de coherencia!, ¡bello diálogo! Esto, que busca el “ajuste” en el cabello, es lo que también ha generado el “ajuste” para trabajadores de la institución y, sin más, el “ajuste” de la ciudadanía, busca erradicar la capacidad de cuestionar en la reducción a la obediencia y el castigo: Si desean permanecer, deben ajustarse, incluso si no hay motivos o razones válidas.
Formación como esa es una farsa en cuanto educación y en tanto preocupación social. Contradice sus principios y, sin más, demuestra la forma en que se ha interiorizado la verticalidad del autoritarismo por parte de los dirigentes escolares, tanto como por buena parte de la ciudadanía, donde han identificado a la educación y formación con la aceptación, sin cuestionar ni miramientos, de cualquier tipo de imposición por mero autoritarismo. Educar, aquí, es adiestrar en la resignación.
Vivimos en una sociedad atravesada por imposiciones injustas y, con tristeza, vemos cómo la recomendación de tantos ciudadanos es "si quieres estar ahí, sigue las reglas, no importa cuáles sean", es decir, "no pienses la injusticia o la falta de razones, sólo obedece". Esa educación que estamos fomentando, es una educación que sofoca el pensamiento crítico para reducir a sus partícipes al autoritarismo irracional y cerrado al diálogo. Si sólo resta obedecer, ¿para qué educar? Contemplar ese adiestramiento es lo que nos ayuda a comprender cómo, llegados a la edad adulta, hemos aprendido a no cuestionar nuestra situación de violencia, ni a esta política reducida a partidos incapaces de gobernar como tampoco a estilos de vida autodestructivos que sólo permiten la permanencia de instituciones en las cuales no gozamos beneficio alguno.
"Estudiante, si quieres recibir ‘educación’ debes seguir esas reglas, por injustas y sinsentido que sean" es lo que, en años posteriores, se convertirá en "ciudadanía, si quieres permanecer en esta ciudad, deben aceptar sus condiciones, por injustas y sinsentido que sean", "trabajadores, si quieren permanecer en este trabajo, deben aceptar sus condiciones, por injustas y sinsentido que sean", "ciudadanía, si quieres permanecer en esta sociedad, debes aceptar sus condiciones de violencia, por injustas y sinsentido que sean", etcétera. Hemos asumido ese discurso hasta el punto en el cual, sin problema, lo vemos repetido, una y otra vez, en dirección a enseñarlo a la juventud, hoy estudiantes, para que obedezcan. “Debemos, pues, formarlos para la docilidad”. La “educación”, entonces, atenta contra sí misma. No se trata de buscar el valerse de la razón propia, por el contrario, enseña el sometimiento a la autoridad.
Es triste, y también es de temer, esa imposición respaldada por la sociedad, según la cual, formar y educar a la juventud es, en realidad, adiestrarla para obedecer sin que existan motivos justos, ni la posibilidad de diálogo con la "autoridad". Pero es más triste, y también más de temer, que esa imposición sea respaldada por la sociedad, en especial cuando dicha sociedad padece diariamente los estragos de su obediencia a imposiciones carentes de sentido, adiestrados para obedecer, sin que existan motivos justos y la posibilidad de diálogo con la "autoridad". Negarse a cuestionar la injusticia, así como el obedecer cuando las leyes son injustas es bastante dañino, incluso si se posee la esperanza de que eso lleve a un bien; pero es sobremanera reprensible que sin la promesa de un futuro mejor, al vivir las consecuencias de esa negativa a cuestionar la autoridad, fomentemos en las siguientes generaciones esa actitud miserable, apática y rastrera de obediencia a espera de que nos traiga algún beneficio; en su lugar habríamos de buscar y educar para el cambio mediante el uso de la razón, el diálogo y la libertad. Irónicamente a lo primero, a la sumisión, hemos aprendido a llamarla educación y, a lo segundo, lo asociamos la falta de educación, a lo que nos ha llevado a este estado de cosas que no atrevemos a cuestionar.
Que los jóvenes traigan su cabello del modo que lo deseen siempre y cuando no devenga en una verdadera ofensa (por otra parte, ¿cuál podría ser?, ¿cortarse el cabello con forma de genitales o la inscripción de alguna palabra altisonante?). Sea, pues, el corte cómo sea, en todo caso es una consecuencia secundaria que nos oculta una realidad más profunda y un problema de mayor importancia. Nuestro problema, en palabras llanas: creemos que la educación es el adiestramiento a autoridades y reglamentos obsoletos, que la educación es el aprender a vivir en la resignación y en una negativa al uso de la razón, de la libertad y la búsqueda de justicia y diálogo para la mejora social de los involucrados. Eso que hoy hacemos a los jóvenes es, sin más, lo que padecemos. En ellos apoyamos que suceda la imposición, pero mágicamente esperamos que en nosotros haya un cambio y seamos tratados con dignidad… ¡mientras obedecemos la imposición autoritaria!
Jóvenes, con razón y justicia, aleguen lo que su sociedad no se ha atrevido y, contrario a lo que suele expresarse, demuestren con ello que poseen educación, que son capaces de diálogo y que no aceptarán autoridad alguna, impuesta, incapaz de dar cuenta de su legitimidad y la racionalidad de sus exigencias. No hacerlo es lo que nos ha puesto en el lugar en el cual estamos, rodeados de violencia, con ritmos de trabajo que ahogan los deseos de vivir y tantas situaciones más. Sin embargo, también tomen consciencia y compadezcan a quienes han tomado amor a sus cadenas y sólo han aprendido a obedecer, incluso si en detrimento propio. Recuerden que ellos, sin amor propio por amar su condición de esclavos; sin uso de su razón por sólo saber obedecer; y sin libertad, pues la han cedido por el pan diario, sólo saben trasmitir la sumisión...
Luchen, quizá no logren la victoria, pero al menos, no se dejen reducir, dócilmente, a la resignación de imposiciones burdas como ya ha pasado con suficientes (de)generaciones, pues lo único más indigno que la esclavitud, es la esclavitud voluntaria y el servilismo rastrero de quien hace halago del opresor esperando recompensas… después de todo, ellos, quienes han aprendido a obedecer, son quienes se quejan, sin más, la opresión y de que nadie hace nada, ciegos a que son ellos mismos quienes han adiestrado para ese silencio que hoy les pesa.